Durante generaciones, ha circulado la creencia de que el orden en el que nacemos determina quiénes somos: que los primogénitos son más responsables, los hijos del medio más conciliadores y los menores más extrovertidos. Aunque estos arquetipos están profundamente arraigados en la cultura popular, la ciencia ha puesto a prueba estas ideas, revelando datos interesantes, sobre todo en lo que respecta a la inteligencia.
El origen de esta teoría se remonta a 1874, cuando Francis Galton observó que muchos científicos eminentes eran primogénitos, lo que lo llevó a postular que la posición de nacimiento influía en las capacidades intelectuales. Décadas después, el psicólogo Alfred Adler profundizó en esta noción desde una perspectiva psicoanalítica, describiendo al primogénito como alguien perfeccionista y ansioso, debido a la presión y responsabilidades tempranas que se le asignan al ser el primero.
A pesar de estas teorías, varios estudios modernos han cuestionado su validez, señalando fallas metodológicas como no considerar variables como el número de hijos, las condiciones socioeconómicas o la diferencia de edad entre hermanos. En 2015, dos investigaciones de gran alcance —con datos de más de 20,000 personas en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania— concluyeron que el orden de nacimiento no tiene un impacto relevante en la personalidad. No hubo diferencias notables en los cinco grandes rasgos psicológicos: apertura, responsabilidad, extroversión, amabilidad y estabilidad emocional.
No obstante, sí se detectó un patrón leve pero consistente: los primogénitos obtienen puntuaciones ligeramente superiores en pruebas de coeficiente intelectual. Un estudio masivo con 377,000 estudiantes estadounidenses también reveló una modesta ventaja cognitiva a favor de los hermanos mayores. Esta diferencia no es abrumadora, pero es estadísticamente significativa.
¿Por qué ocurre esto? Los expertos apuntan a dos factores principales. Primero, la atención parental más intensa durante los primeros años de vida. Cuando solo hay un hijo, los padres dedican más tiempo y recursos a su desarrollo, especialmente en actividades que estimulan el pensamiento. Segundo, el llamado «efecto tutor», que sugiere que enseñar a los hermanos menores refuerza el aprendizaje del primogénito, potenciando su desarrollo cognitivo.
En contraste, otros supuestos populares, como que los hijos del medio son más cooperativos o que los menores son más atrevidos, no han sido confirmados científicamente. Incluso estudios con cientos de miles de participantes encontraron que las diferencias entre hermanos en estos aspectos son mínimas o inexistentes.
En conclusión, aunque el orden de nacimiento no define la personalidad de manera determinante, la ciencia sí respalda una ligera ventaja intelectual de los primogénitos, relacionada con el entorno en el que se crían y su rol dentro de la familia. Pero cuando se trata de personalidad, lo que realmente importa son factores como el contexto familiar, las experiencias individuales, la genética y la cultura.
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